En el SYMBOLON aparece una carta denominada EL EGO, que nos recuerda a la carta de El Emperador del Tarot Rider Waite. Se corresponde con el signo de Leo y se relaciona con el Sol. Ese Sol que se nos muestra tras el Emperador y que nos habla de la fuerza de la luz.
Me gustaría reclamar la atención para ese fondo que apenas se vislumbra. En un lado del Emperador, se percibe una ciudad; mientras que en el otro lado, es un campamento de batalla. ¿Qué nos dicen estos dos paisajes? Uno de sus mensajes pudiera ser que el buen Rey tiene que saber gobernar tanto en la paz como en la guerra. Debe saber adaptarse a todo tiempo, sin perder por ello su personalidad y su estabilidad.
El Rey nos dirige hacia nosotros mismos para que, una vez nos conozcamos y sepamos de nuestra esencia, comprendamos nuestras motivaciones y asumamos nuestro ser. Y de ahí el nombre de esta carta: EL EGO. Se trata de un ego que lleva al propio reconocimiento, no de un ego enfermizo que nos coloca como el centro del universo.
El conocimiento y la aceptación de quienes somos es el primer paso para asumir un papel director en el mundo. A veces, defender determinadas posiciones puede granjearnos problemas; pero, lo importante es saber manejar la situación sin traicionar nuestra esencia. Si en un momento determinado eso hace que los demás no se sientan especialmente dichosos con nuestras decisiones, eso no debería hacer flaquear las mismas si han sido cuidadosamente sopesadas y valoradas a la luz de la verdad. Uno no puede ceder a posibles chantajes cuando ha visto la verdad cara a cara.
Autoridad, no autoritarismo. Autoridad sobre uno mismo y autoridad sobre el entorno cuando ello se hace necesario.
Nuestro Emperador aparece sonriente y me gusta esa sonrisa. ¿Por qué? Porque nos hace ver que no se trata de alguien estricto hasta la obsesión, sino de quien sabe ser disciplinado y poner límites y orden cuando es preciso, pero no de manera arbitraria. El rey verdadero sabe vivir y deja vivir. Es verdad que a veces deberá mostrar una cierta severidad para defender determinados principios, pero eso, en lugar de amargarle o perjudicar a los demás, hará que la luz brille intensamente.
Me gustaría reclamar la atención para ese fondo que apenas se vislumbra. En un lado del Emperador, se percibe una ciudad; mientras que en el otro lado, es un campamento de batalla. ¿Qué nos dicen estos dos paisajes? Uno de sus mensajes pudiera ser que el buen Rey tiene que saber gobernar tanto en la paz como en la guerra. Debe saber adaptarse a todo tiempo, sin perder por ello su personalidad y su estabilidad.
El Rey nos dirige hacia nosotros mismos para que, una vez nos conozcamos y sepamos de nuestra esencia, comprendamos nuestras motivaciones y asumamos nuestro ser. Y de ahí el nombre de esta carta: EL EGO. Se trata de un ego que lleva al propio reconocimiento, no de un ego enfermizo que nos coloca como el centro del universo.
El conocimiento y la aceptación de quienes somos es el primer paso para asumir un papel director en el mundo. A veces, defender determinadas posiciones puede granjearnos problemas; pero, lo importante es saber manejar la situación sin traicionar nuestra esencia. Si en un momento determinado eso hace que los demás no se sientan especialmente dichosos con nuestras decisiones, eso no debería hacer flaquear las mismas si han sido cuidadosamente sopesadas y valoradas a la luz de la verdad. Uno no puede ceder a posibles chantajes cuando ha visto la verdad cara a cara.
Autoridad, no autoritarismo. Autoridad sobre uno mismo y autoridad sobre el entorno cuando ello se hace necesario.
Nuestro Emperador aparece sonriente y me gusta esa sonrisa. ¿Por qué? Porque nos hace ver que no se trata de alguien estricto hasta la obsesión, sino de quien sabe ser disciplinado y poner límites y orden cuando es preciso, pero no de manera arbitraria. El rey verdadero sabe vivir y deja vivir. Es verdad que a veces deberá mostrar una cierta severidad para defender determinados principios, pero eso, en lugar de amargarle o perjudicar a los demás, hará que la luz brille intensamente.
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